lunes, 11 de noviembre de 2013

Tesoro perdido


En un suspiro de fuego la di por muerta
quemó mi corazón sin decir nada
y su mirada triste transformó extasiada
en bellos delirios de amor tras otra puerta.

Huyó el deseo mutuo de dos alientos
y vio el cielo dos ángeles caídos
brillaban en sus pechos casi muertos
dos corazones tristes y vacíos.




Las paredes aún vibraban por sus gritos; sus sienes palpitaban por los nervios. Habían estado discutiendo durante un largo rato, lanzando dagas cada vez más afiladas con sus bocas; ahora ambos estaban heridos.

- ¡Puedes irte si quieres! – había dicho ella.
- Si me voy es para no volver –respondió él.
- ¡Adelante! ¡Ni siquiera debería haberte conocido!

Tras ese último y feroz ataque, ambos se habían callado. Eran conscientes de que había remedio, temporal al menos. Pero había que ceder.

Él se dirigió a la puerta, mirándola otra vez. Ella lloraba con la cara en dirección opuesta; no veía sus lágrimas, pero notaba sus sollozos. Tal vez esperaba que la abrazara, y que todo volviese a la calma.


Cerró la puerta y bajó las escaleras, como flotando. Ella escuchó atenta el eco de sus zapatos al bajar las escaleras, como si el sonido llegase desde cientos de kilómetros. Ambos se habían quedado una parte del otro, matando algo de sí mismos al mismo tiempo.


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