sábado, 29 de junio de 2013

Justicia

Hacía calor ese día, así que era normal que mucha gente, al igual que había hecho él, llevase la chaqueta colgada del brazo. La tarde había sido fresca, pero al cesar el viento, la ropa de abrigo estorbaba pese a que había oscurecido hacía al menos una hora.

-          - ¿Qué tal vas, Jorge?

-          - Ya casi recuperado, queda algo de rehabilitación, ¡pero ya estoy hecho un toro!

Muchos conocidos se detenían a preguntarle. Siete meses y catorce días atrás, caminando de vuelta a casa con un amigo, unos desconocidos los habían abordado, dándoles una paliza tremenda. Jorge, con fracturas múltiples y una grave conmoción cerebral, se había pasado semanas en el hospital, y hacía sólo unos días que había vuelto a su casa. Y él había tenido suerte; su amigo seguía en coma, podía despertarse ese mismo día, o no hacerlo jamás.

-          - Lástima que no cogieran a esos canallas –le dijo la señora Cecilia, vecina de toda la vida.
-         -  No se preocupe, que el tiempo nos conoce a todos y castiga incluso a los que se ocultan –respondió Jorge con una sonrisa.

Pero no sólo el tiempo los conocía. Desde hacía tiempo, sabía la identidad de uno de ellos con total seguridad. Con el resto tenía dudas, pero ya tendría tiempo de confirmarlo.
Se dirigió, entre saludos y preguntas, a la calle Velázquez. Quedaban todavía diez minutos para que saliera de trabajar, así que esperó mirando unos escaparates, la chaqueta sobre el antebrazo.

Al fin salió, con su imponente figura, mientras se despedía sonriendo de su compañera. Iba mirando el móvil, así que pese a ir de frente, no vio a Jorge.

El pulsó no le tembló; dos rápidos movimientos de brazo hicieron salir la navaja oculta por la prenda, clavándose en los riñones de su agresor, ahora víctima. Ni siquiera profirió un grito de dolor, la sorpresa y el miedo lo paralizaban, mientras se desangraba en el suelo de la calle vacía.

Jorge se alejó con paso rápido pero tranquilo, la navaja oculta de nuevo, llena de sangre esta vez. La conciencia no le reprochaba nada, y sólo pensaba en la justicia que había impartido. Juicio, condena, y ejecución.





Soy los años que han pasado, fui silencio
seré el móvil en un juicio pues fui el precio que pagaron
soy el tiempo aletargado tras caer al precipicio
fui el principio en mi final y el penal del condenado

Dictaron muerte en galeras sin previo aviso y llevaron
a mi cómplice en justicia, a mi sicario a mi lado
se despidió de mi cuerpo, me dijo "hasta siempre hermano"
yo inerte le di las gracias, la muerte entonces, me dio la mano


lunes, 24 de junio de 2013

La frontera de lo vivo

Ciudad inmaterial, poblada de entes espirituales con cuerpos en su interior. Allí no se necesita el lenguaje, que aquí nos limita; las sensaciones son puras, no se explican, sólo se transmiten. Donde el alma es el espejo de los ojos, y la eternidad les pertenece
Pero eso les aburre, pues un sentimiento puro es siempre el mismo, y ansían ser capaces de expresarlos, de manera única unos y otros, cada cual como necesite.
Y anhelando esto, se replegaron hacía sí mismas, hasta que el cuerpo físico quedó fuera, y el alma se escondió en algún lugar de esa figura palpable.
Así fue como perdimos la eternidad, y ganamos la vida.



Limite sus palabras a una lengua
entierre su tacto bajo una piel
oculte su mirar tras unos ojos
espíritu si quiere ser un quien

Su carne es el cristal de la botella
que guarda en su interior aceite y miel
la cara y cruz, la luz y la tiniebla
la opción del alma a serle al alma infiel

El cuerpo alfombra roja del sentir
telón de fondo opaco y gris del ser
iluso imitador que sin saber
detras de un solo rostro ha de vivir

miércoles, 19 de junio de 2013

Mudanza

Las persianas descienden cada vez más, haciendo que el haz de luz que entra por la ventana se reduzca progresivamente. Alrededor, los antiguos inquilinos se despiden con la mirada, mientras en su interior se hace la oscuridad.

Finalmente, las persianas se bajan por completo, y el último en salir cierra la puerta, dejando dentro, encerrados, miles de recuerdos que serán demolidos con la casa. Pero esas viejas alegrías, esos dolores vividos, seguirán dentro de quienes los vivieron, haciendo que, de algún modo, lo que fue su hogar siga en pie por muchos años más.

Y ese pensamiento es lo que reconforta al moribundo, rodeado por las personas que habitaron en él, y en las que él habitó a su vez. Mientras, los últimos rayos de luz se cuelan en sus ojos instantes antes de que los párpados se cierren para siempre, y su alma escapa del cuerpo vacío, limpia de recuerdos felices o tristes, a la espera del próximo viaje.



Retrocediendo lustros en cada paso
que se tornan zancadas de un hombre viejo
pellejos y arrugas quedan mojadas
por las últimas lagrimas frente al espejo

Una mudanza empieza, la vida acaba
y paga la renta el alma que ya se fue
pues un mal día malvendió su casa
para hoy vivir en los suyos de alquiler

Mas si marchó sin canas aún en su haber
y la fría le robó un tiempo dorado
su casa todavía estará en pie
abierta para quien le hubiese amado

martes, 18 de junio de 2013

El coste de la alegría

Cuando es preciso el dolor
y solo así uno es alegre
que debe sentir que pierde
para encontrar lo mejor

Gana poco cuando vuelve
el desdichado al camino
pues amarga hasta el buen vino
y hasta el sol solo es luz tenue

Que el rencor que le revuelve
el alma al mas desgraciado
convierte en peor lo malo
y estropea su razón



Sonrió ante la sonrisa del niño. Sabía que, a diferencia de los adultos, los niños siempre ríen con sinceridad; no necesitan rendir pleitesía ante nadie. Una señora mayor acababa de subir al autobús.

-Muchas gracias –le dijo al cederle su asiento.

Un leve gesto de asentimiento sirvió de respuesta. Su madre le había dicho hace años  (cuando su sonrisa era como la del chiquillo del carro), que la amabilidad hacía feliz a uno mismo, a la par que alegraba a los demás. Pero ahí estaba él, la excepción que confirma la regla. Amable e infeliz como siempre.
Pero no lo achacaba a los demás, a nadie culpaba de no ser feliz, y nada le faltaba para poder serlo. En su opinión, algunas personas tienen facilidad para hacer felices a otras, aunque por dentro arda Troya. Personas en las que la melancolía se aferra a su pecho como flemas en un enfermo de bronquitis crónica.

-Espere, que ya cojo yo de aquí –dijo a la chica que bajaba el carrito con el niño.

-Muchas gracias –contestó ella antes de echar a andar.
El pequeño miró hacia atrás, sonriente todavía, pero él ya andaba en dirección opuesta.

jueves, 13 de junio de 2013

Promesa

-Mañana me iré, esta vez no habrá vuelta atrás –se dijo a sí mismo en voz alta.

Acababa de llegar a casa tras un día de trabajo intenso. Mucho papeleo. Cuando empezó en la oficina, le gustaba realizar sus tareas, pero poco a poco la monotonía le arrancaba la vitalidad. Soñaba con irse, con dejar la mayor parte de sus pertenencias, y vivir de manera humilde, trabajando también, tal vez, pero en algo que le diese menos dinero y más satisfacción.

A veces incluso había preparado listas de objetos para llevar consigo, sólo lo indispensable. Pero siempre retrocedía en su decisión. Se miró al espejo de la entrada:

-Mañana serás un hombre nuevo, un hombre algo más libre.

Y se sonrió, convencido de su idea.  Preparó una mochila con lo que sería su escaso equipaje, y sintiose satisfecho al ver que esta vez iba en serio, puesto que en sus anteriores intentos, no había llegado tan lejos.
Tras ésto, preparó algo de comer, una buena cena de despedida. Y tras cenar, se dio un relajante baño de agua caliente. ¡Ah, se sentía como nuevo! Con el albornoz puesto, se sentó en el sofá, encendiendo la televisión para distraerse un rato con una película.

En un intervalo de anuncios, miró la mochila de reojo, al lado de la puerta, y decidió irse a la cama. Era tarde y necesitaba descansar para el papeleo pendiente que le esperaba mañana.




De charla con el yo que querría hacer de mí
la vida se me aburre en esos sueños
los pasos cada día están más quietos
si en esa dirección mi sentido busca ir

miércoles, 5 de junio de 2013

Espejismo de humanidad

Tenía que llegar al teléfono. Marcar el número de emergencias y aguantar hasta que llegaran en su auxilio. Si la ambulancia no tenía un choque frontal contra un tráiler de 18 ruedas, claro. Tal y como había ido el día, no le extrañaría. Para empezar la mañana, se había quemado la lengua con el café con leche del desayuno.

-¡Joder Luis, te he dicho que quería la leche del tiempo!  -le había reprochado al camarero.

Más tarde, al leer la prensa, una mala noticia: sus acciones habían caído debido a que una fábrica con trabajadores menores de edad había salido a la luz. Y claro, era él quien debía de pagarlo.

-Qué injusto es el mundo Lucía, qué injusto…
-Mucho señor, mucho –había respondido la empleada de la limpieza, que en realidad se llamaba Elvira, y que le estaba limpiando el despacho mientras su hijo volvía de vuelta a su país.

Por supuesto, el regreso del trabajo no había sido mejor, aunque el atasco a esas horas estaba asegurado, y ya se había acostumbrado.
Y para colmo, al llegar a casa, el accidente. Había tropezado en el último escalón cuando bajaba del baño del segundo piso, con tal mala fortuna que había caído contra la vitrina del recibidor, y un cristal le había producido un feo corte en el cuello.

Estaba manchando la alfombra de sangre, pero bueno, ya la llevaría a la tintorería. Primero había que llegar al teléfono. Unos metros más, aunque fuesen de penoso recorrido arrastrándose por el suelo, y lo tendría en la mano.
-Y cenaré carbohidratos –se dijo en voz alta-. Hoy me los merezco
-No cariño, de eso nada. Ya sabes lo que dice el médico –le respondió la rejuvenecida imagen de su ex mujer-. Marca el número de emergencias, anda.

Entonces se dio cuenta, entre mareos y niebla, de que tenía el teléfono en la mano, ¡por fin!
-Emergencias, ¿qué sucede?
- ¿Podrían venir a recoger mi alfombra?
-Perdone, ¿cómo dice?
-La he manchado de sangre, me temo que les costará sacar esas…
-¿Sangre? Cuénteme lo que ha pasado. ¿Oiga? ¿Señor?


Una mirada inerte al vacío fue la única respuesta.



Qué valor darle el valor
A la vida de lo muerto
De lo estéril de lo inerte
De lo que no siente amor
Que la gran preocupación
Del vital y el moribundo
Que caerán en un segundo
Sea el maldito doblón
La perra gorda, la guita
La plata, la vil peseta
Volviendo huraño al asceta
Y miserable al ladrón
Y por esa condición
La salvación no merece
El que siente que perece
Esclavo de la razón
Por no salir al balcón
De gritar los sentimientos
Y guardar su sufrimiento
En pecho sin corazón.