lunes, 26 de agosto de 2013

Mu(sa)biduría

Vive musa hiperactiva
dormida en esta pereza
reza por alzar el vuelo
llora por sentirse presa
en esta mala cabeza que es la mía

Ría pronto el enemigo
calle el sabio hasta el final
que aguantando el temporal de soledad, sangre y frío
sabe que pronto el destino con sus ganas de jugar
le dará pan al hambriento y al rico necesidad.




Semanas, meses en blanco. Páginas a medio escribir, otras con una simple frase. Y el cráneo a punto de estallar, buscando una vía de escape a tanta escoria acumulada. Me dicen que mire las flores y los árboles, que mire la sonrisa de un niño, las piernas de una mujer, pero eso no me dice nada. O al menos, no me dice lo suficiente.

Veo a un tipo escribiendo en un portátil en la misma cafetería, y me pregunto de dónde sacará la inspiración, sea lo que sea lo que escribe. Un grito me devuelve a la realidad; es una de las camareras, que sale de la humeante cocina gritando “¡Fuego! ¡Fuego!”, mientras el resto de clientes se apresuran a salir derribando sillas y mesas con tazas de café y churros. Salgo con los demás, buscando mi bolígrafo en el bolsillo: acabo de presenciar el breve paso del sosiego al caos en la realidad, y de la todavía más fugaz transición del caos al sosiego en mi cabeza.


viernes, 23 de agosto de 2013

Otoño

A ocaso viento y ocre
luz pálida y adiós
a viento frío, a silencio
a sentencia de bostezo de un verano que durmió

El otoño huele a río
a un amor que templa el tiempo
al temor de un corazón que llora sin un motivo
en busca del adjetivo que describa un sentimiento
que provoca veloz pulso y hace temblar una voz.




Cabellos en la almohada, en la chaqueta, en la ducha, y en el peine… Hoy era el día elegido para decirle lo que sentía, pero ese síntoma de que ya no era el mismo de antes le hacía sentirse inseguro.

-Los robles también pierden sus hojas, y siguen siendo árboles preciosos –se dijo.


Pero los robles recuperan sus hojas al llegar la primavera, y la suya ya pasó hace tiempo, para no volver nunca.



martes, 13 de agosto de 2013

El rencor del tiempo

Buscando en mi locura el verso triste
que no hallo en mi razón enmascarada
guarda con celo el velo que no existe
el dolor de sentir dolor por nada

Y quién no sufre por un amor vacío
quién no soñó esos ojos, probó sus labios
o qué alma ingrata no envejeció en los años
que no tuvo cerca el ser querido



Por fin, años después, volvía a verla. Era una sensación extraña, ya que apenas habían hablado en todo ese tiempo, pero su llamada había despertado su curiosidad, y no pudo negarse.

Llegó con antelación al lugar en el que habían quedado, así que decidió sentarse en un banco a esperar, mirando a la gente que paseaba por la plaza. Escasos minutos después, la vio aparecer por una de las calles que desembocaba allí: sonrisa radiante, bien vestida, un brillo de felicidad en sus ojos…
En cambio, la mirada de él siguió dura, como siempre.

-Me alegro de verte –le dijo con cierta sequedad.

-Yo también –contestó ella sonriente.- Estás muy cambiado.

-Sí, es la consecuencia de haber perdido los años pensando en ti.




martes, 6 de agosto de 2013

Brisa de soledad

Suave la brisa marina
sobre un cuerpo se expande
con el amor de una madre
que al hijo le da la vida

Como el rumor de un arroyo
perfumado de colores
del reflejo de mil flores
y guijarros de su fondo

Despierta el alma dormida
el día y su claridad
la fuente de eternidad
que le hace sentir solo.



Los rayos del sol empezaban a rozarle la cara, así que decidió levantarse. Se lavó la cara, eligió ropa cómoda, y salió a cubierta a tomar el desayuno. Era un velero pequeño pero resistente, que podía manejar él solo sin demasiados problemas, y que contaba con lo imprescindible para vivir, además de algunas comodidades extra que agradecía en ciertas ocasiones.

Estaba cerca de la costa, una playa de arena blanca y agua cristalina que invitaba a zambullirse en ella, y otras embarcaciones pasaron cerca mientras tomaba su café y sus tostadas. Saludó a todos, algunos conocidos, otros completos desconocidos.


La brisa acariciaba su cara, con el deje salado del mar, y los haces de luz hacían que el agua despidiera destellos de diversos colores. Y su interior se regocijó ante esas sensaciones, y pensó que así era feliz. En el mar. Sin pretensiones. Solo.