que no hallo en mi razón enmascarada
guarda con celo el velo que no existe
el dolor de sentir dolor por nada
Y quién no sufre por un amor vacío
quién no soñó esos ojos, probó sus labios
o qué alma ingrata no envejeció en los años
que no tuvo cerca el ser querido
Por fin, años después, volvía a verla. Era una sensación
extraña, ya que apenas habían hablado en todo ese tiempo, pero su llamada había
despertado su curiosidad, y no pudo negarse.
Llegó con antelación al lugar en el que habían quedado, así
que decidió sentarse en un banco a esperar, mirando a la gente que paseaba por
la plaza. Escasos minutos después, la vio aparecer por una de las calles que
desembocaba allí: sonrisa radiante, bien vestida, un brillo de felicidad en sus
ojos…
En cambio, la mirada de él siguió dura, como siempre.
-Me alegro de verte –le dijo con cierta sequedad.
-Yo también –contestó ella sonriente.- Estás muy cambiado.
-Sí, es la consecuencia de haber perdido los años pensando
en ti.
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